domingo, junio 04, 2006

Los rostros de Artaud.


Daniel Certain Sintjago.
“Fue después de su regreso de Rodez, en 1947. Antonin Artaud estudiaba un retrato de la hija de Pierre Loeb. ‘Necesito fotografías, pero no iría a un fotógrafo, no los soporto’. ‘No se preocupe –le dijo Pierre -, mi hermana tomó esa fotografía, no un fotógrafo’. Así que se acomodó en mi banco, una silla de director de cine. Él estaba extremadamente nervioso y sus expresiones faciales, así como su cuerpo, no paraban de cambiar con sorprendente movilidad. Al finalizar, me obsequió una copia de sus Cartas de Rodez con una dedicatoria deseándome todas las enfermedades posibles”

De esta forma, Madame Colomb describe el encuentro que sostuvo con Antonin Artaud, en orden de tomar las últimas fotografías conocidas del poeta, actor y dramaturgo francés.
Artaud, un hombre conocido, entre otras tantas cosas, por su presencia escénica, en los últimos años de su vida, evita ser fotografiado por los “profesionales” del asunto, y es que, como veremos más adelante, para Artaud el arte deja de ser una cuestión de profesión para fundirse indivisiblemente con la vida.
Pero volvamos al momento sagrado, inexistente siempre, de la reflexión previa a la escritura, pues al observar las fotografías de Artaud, surge la pregunta sobre, cómo en el transcurso de tan sólo 9 años, el rostro de Artaud manifestaba un deterioro que no era propio a la vejez, sino más bien el de la “locura”. Sin embargo, al revisar sus textos, podemos rastrear el patrón de una razón “deteriorada”, que no hacía mella en su aspecto físico. Con 41 años, edad en la que se le tomaron las fotografías comentadas por Madame Colomb, el rostro de Artaud parecía el de un hombre de 70, a lo que se suma los esfuerzos de Colomb por retratar al poeta en sus momentos de “tranquilidad”.
Inevitablemente, no puedo dejar de pensar, que nos hallamos aquí, con el resultado de la institucionalización de la locura, locura que, bajo el paradigma renacentista, significaba cierta conexión con lo divino.
Si hacemos caso a las teorías epistemológicas de Foucault, podríamos apuntar en Artaud, la corporización de dos etapas históricas: una, en la que la locura significaba un entramado de conceptos ligados a aquello desconocido pero real, el discurso paralelo a la cordura convencional, llamémoslo así, una cordura paralela, y aquella, la barroca (o clásica, como los estructuralistas franceses la catalogan), en que la locura deja de ser locura, para convertirse en “sin razón”, o la razón despojada de sí, para significar la ausencia de símbolos y signos que lo hicieran empatizar o al menos entender los códigos de su contexto social, una anomalía en la naturaleza, y en cuanto a anomalía, lo antinatural.
Pero no hablamos acá de un hombre que se enfrenta a la institución barroca, aquella que simplemente apartaba a los dementes a ese lugar más allá de los márgenes del discurso, discurso en tanto cuerpo formador de la sociedad, sino más bien de una “anomalía” que se enfrenta a las discursividades del poder moderno. Como nos explica Michel Foucault en Vigilar y Castigar, bajo el paradigma moderno, el criminal, el enfermo y el loco (trinidad anómala per exellance), no se le retira simplemente de la sociedad, sino que se le encierra y se le controla, para ser estudiado y por lo tanto diseccionado por el poder.
El cuerpo de Artaud, fotografiado antes y después de su reclusión en Rodez, resulta la manifestación casi expresa, de una metáfora física de aquella locura, antes casi admirada y fascinante, no como anomalía sino como el “otro real” y, aunque incomprendido, “igual”, se convierte en el transcurso de la historia, en aquello que debe ser “reventado” para ser entendido, tomando la expresión de ese otro loco institucionalizado que era Nietzsche, no la filosofía, sino la ciencia del martillo.

El loco, el santo:

Nacido en 1896, Antonin Artaud, fue desde niño, víctima de ataques nerviosos, causados por una meningitis, “milagrosamente curada” como lo manifestaría su hermana, y de depresiones, que lo harían “inepto” años después, para cumplir el servicio militar. A la edad de 19 años, en 1915, pasa su primera temporada en una clínica psiquiátrica, a partir de entonces, será un asiduo visitante de las instituciones mentales, hasta 1937, año en que se convierte en residente.
A pesar de sus indiscutibles capacidades histriónicas y su imponente presencia en escena, a Artaud no se le dará nunca papel estelar en obra o film alguno, ya que, como manifestaban los directores de la época “era bastante difícil controlar los arrebatos de locura y los ataques nerviosos de Artaud, así como sus constantes depresiones, que más de una vez interrumpieron la puesta en escena”.
Alejandra Pizarnik, poeta y traductora al castellano de la obra poética de Artaud, contará en uno de sus prólogos, la dificultad del poeta para publicar sus textos, que más allá de las corrientes vanguardistas de la época, resultaban “casi imposibles de comprender”, Artaud, dirían sus conocidos no tan íntimos, estaba loco.
Sus obras de teatro resultaban imposibles de representar, su poesía consistía muchas veces en simples relatos lineales y sin sabor de episodios de su vida y su carácter era insufrible. Ejemplo de lo primero, fue su obra “El chorro de sangre”, publicada en su libro El ombligo de los limbos, en los que participa un hombre de fuego vivo y la mano “real” de 4 metros de largo para sostener a una muchacha. Nos dirá Derrida en la parole souffle [la palabra soplada], que la obra de Artaud constituye lo representado en sí, así como el mismo Artaud nos explica que la actuación debe dejar la carne en el escenario y que el escenario era la vida. Ciertamente, en ese período blanco, de sus años previos a Rodez, Artaud buscaba encarnar la poesía “sin artificios”, lo que podríamos traducir en una búsqueda por lo sagrado; lo sagrado como aquella primera vista, única, individual, clandestina, sagrado como lo entiende Bataille, encarnado precisamente en el asesino, el enfermo y el loco, aquella trinidad que hemos nombrado más arriba. Ni el surrealismo, por su jugueteo distancial, ni la patafísica, fueron suficiente cobija para arropar el cuerpo (la teoría), de Artaud.
Pero volvamos a las fotografías, en 1928 se filma La Pasión de Juana de Arco, película en la que Artaud tendrá un papel, que aunque secundario, cautivará al público de la época, el del Hermano Jean Massieu. La peculiar belleza de Artaud es comentada por sus contemporáneos, así como su talento. Artaud es representado como un santo, que en silencio, se enamora de la locura de Juana de Arco, pues logra comprender aquello de sagrado que se esconde detrás de las alucinaciones. Pocos años más tarde, hará de su parte, recorriendo el mundo con un bastón que, decía él, había pertenecido a San Patricio, argumentando que él mismo, había sido tocado por la mano de Dios. El loco, como en la edad media, era sagrado, y por supuesto, como lo sagrado, incomprendido. En 1937, regresando de Irlanda en un barco, es amarrado con una camisa de fuerza por atacar a los marineros de la nave. A su llegada sería recluido “indefinidamente” según las palabras de su médico, en Le Havre, institución de la que sería transferido a muchas otras, para terminar en la célebre Rodez. La disciplina psiquiátrica, como la religión con lo sagrado, se hará cargo de curarlo, depurarlo de sus males, limpiarlo, hasta 1946.

El demente, el condenado:

Durante su estadía en Rodez, Artaud será víctima de la célebre terapia de shocks. Artaud, quien decía consumir opio por sus dolores de cabeza, era sometido a dicho tratamiento, para curar su adicción. Contaban las enfermeras de la institución, que Artaud no paraba de llorar y de esconderse cuando sabía que se aproximaba el momento de la terapia. El demente, la anomalía, era condicionado por la institución a través del dolor extremo, de la disección de su mente y la violación de su cuerpo, práctica del poder moderno en todas sus manifestaciones. La institución lo vigila, lo estudia y se esfuerza en conocerlo, literalmente conocerlo. Es sabida la relación que Artaud sostuvo con su psiquiatra el Dr. Ferdière, quien durante los pocos años que pasó en Rodez, llegó a intimar con el poeta. Ferdière, aparentemente, lo dejaba andar a sus anchas por la institución e incluso caminar por la calle, siempre que pasaba un período, “racionalmente” extenso, de tranquilidad.
Esta libertad se manifestó en dos de sus más célebres obras, las Cartas de Rodez y los Cuadernos de Rodez. En las cartas, Artaud continúa sus teorías sobre el teatro de la crueldad, sus reflexiones sobre la poesía, que aunque no dejaban de ser extravagantes, hacían parecer que Artaud había “retornado” a su constreñida pero genial cordura. Al mismo tiempo, sus amigos, no dejaban de decir que la reclusión de Artaud, había sido parte de una conspiración en su contra y para muestra de su sanidad publicaron en un tomo dichas cartas.
Al mismo tiempo, los cuadernos narraban una historia completamente distinta. Artaud se hacía de una familia imaginaria, y no dejaba de hacer comentarios detallados de sus momentos de evacuación, el color de su vómito, mientras interrumpía el hilo discursivo para acotar un comentario que su hija Ana, le acababa de susurrar al oído. Artaud era víctima de la batalla que en él mismo se daba lugar. Esa demencia institucionalizada, estaba siendo curada con el científico tratamiento psiquiátrico que se le daba, pero sus demonios internos, ese Artaud del antes y el después de Rodez, continuaban regurgitando manifestaciones de insania. Artaud hablaba con Dios, pero esta vez, Dios era un monstruo invisible que continuaba juzgándolo por los pecados de Adán.
En sus últimos meses en Rodez, Artaud detendría su escritura, y empezaría a agradecer al Dr. Ferdière, por haberlo curado definitiva e indiscutiblemente de su demencia y de su adicción. La institución finalmente lo dejó salir en 1946.

Artaud, la bestia:

No nos ha de extrañar lo que ocurrió seguidamente a su salida de la institución. Artaud, el loco, des sacralizado por la institución, publicaba sus cuadernos de Rodez, y entraba en lo que se conoció como su etapa negra. Etapa en que se tomaron las últimas fotografías, las que aquí presentamos y que fueron la inspiración de esta ponencia.
Es aquí, en el encuentro de su antigua locura con su cuerpo ahora fracturado y acabado, cuando Artaud escribe sus dos obras más famosas, luego de El Teatro y sus Dobles; Van Gogh o el suicidado de la sociedad, y Acabar con el juicio de Dios, donde Artaud manifiesta por última vez y con la voz más terrible, esa del hombre convertido en bestia, marcado en su rostro por la maldad y la decadencia, las terribles realidades del cuerpo violado, la fe perdida mediante el rapto de lo sacro y las verdades que encontró en los ojos de quien lo vigilaron, ojos, esos, que jamás pudieron comprender su obra. No citaré, los invito a leer, pero mientras tanto, les muestro, los rostros de Artaud.

martes, marzo 21, 2006

Dialéctica

Debo confesarte, aunque resulte casi irresistible
callar ante los silencios
lo fácil que resulta construirte sustituta de lo real,
y que tus ojos sean una respuesta a la luna
y que tu aliento sea una respuesta al otoño
y que tu piel sea una respuesta al sol
y que tu carne sea una respuesta a la tierra
y tu saliva una respuesta al océano
Pero así,
así como posees la capacidad de dejar sin voz al trueno
Ese supremo irrespeto que constituye
una pequeña mirada de tus dientes desarropados
no puede contestar a mi capacidad de mentir
Y un adverbio responde a tus sueños
Y un verbo responde a tu verdad
Y una pausa responde a tu llanto
Y una letanía responde a tu espera
Y una poesía responde a tu presencia

jueves, marzo 09, 2006

La voz del tiempo

42 segundos o 3 minutos o 32 años o 197 horas o 6 siglos,
en todo momento mi daga será el minutero que rebana,
con un aire mendicante en los umbrales de un museo,
tu carne en finos pliegos que se hace papel de historiadores,
formando 455 páginas que dictan los ecos de tu deterioro.

En las 47 arrugas que se pronuncian en las manos de la tejedora
tras cada 365 días,
o contando las gotas que caen del techo
cada 24 horas
en la celda de éste o aquel preso.

En las mismas 2 horas que te hechas al mercado,
en esas mismas 2 horas en que Girondo agoniza en la cama de un hospital.

A mí me da igual...

domingo, febrero 19, 2006

Mientras duermes

Tomar prestado tu sueño,
tus respiraciones de aire dormido,
rozar tus brazos con mis párpados cual asesino,
robar con mis dedos tus partículas de piel muerta,
las de reptil,
esas que caen mientras duermes.

Abusaré de ti como un criminal,
vigilando cada una de tus respiraciones,
tristes, a punto de desaparecer.

Ana, duerme
y yo seré el fotógrafo pervertido
que con mis pestañas y labios abuso de tu piel,
la de tu pecho,
porque yo nunca dormiré,
porque... tú roncas demasiado fuerte.

Jacques Derrida Safar: pensar desde el exilio

Daniel Certain Sintjago

Leo esta ponencia, exiliada de la actualidad, sobre quien fue un exiliado toda su vida, un homenaje a Jacques Derrida, quien en octubre del año pasado me sorprendía con su muerte, precisamente cuando empezaba yo a sumergirme con profundidad en sus textos, que todavía hoy y a pesar de lo aprendido, en ciertos casos me resultan impenetrables, como escritos en un lenguaje siempre extranjero, más allá de la traducción, incluso en francés, dicen los que saben, parece escribir siempre en otra lengua. No pretendo en esta oportunidad, frente compañeros y profesores, tratar de traducir esa lengua, sino describirlo desde afuera, construir su historia, como sólo puede ser escrita la historia: como una ficción más, imposibilitando la presencia del pasado.
Ahora bien, ¿es posible una descripción de la obra derridiana “desde afuera”, sin adentrarme en ella y sin comprometerme con ustedes? La deconstrucción, ese término usado por Derrida y “heredado” de Heidegger, es descrito por el propio Jacques Derrida y por otros filósofos como un “modo de estar” en la filosofía, en el texto, en la escritura. Una forma de estar adentro, observando desde el interior de los escritos para ver a través de sus fisuras aquellas marcas dejadas por la metafísica, para filosofar desde los espacios vacíos del lenguaje.
Por ello hablaré de Derrida, de su nombre propio, o más bien de su nombre impropio, ahora más que antes, bajo nuestro poder; hablemos de los diferentes Derridas, de su segundo apellido, exiliado por todos nosotros. El exilio es un pertenecer a todos lados, cuestión que se traduce finalmente en “no pertenecer a ninguna parte”. El nombre (in)propio de Derrida es quizás la prueba más notable de su falta de pertenencia, su imposibilidad de ser común, de ser un compatriota y de compartir algún nombre colectivo (judío, argelino, francés). Nacido en 1930 en El-Bihar, Argelia, en el seno de una familia sefardí, Jacques Derrida Safar experimentó desde su niñez lo que significaba el no pertenecer, el exilio en su propia tierra cuando el gobierno de Vichy le arrebataba a su familia la nacionalidad francesa. En su primer día de clases es expulsado del liceo, cuando en 1942 reducen el límite permitido de judíos en las escuelas del 14 al 7%. Aquel niño que poseía tres identidades en que refugiarse, va perdiendo una por una con el transcurso del tiempo: un francés que no ha nacido en Francia, un judío que ha abandonado su religión con el pasar de los años, un argelino a quien los argelinos consideran extranjero e invasor, para luego quitarle su nacionalidad. A Derrida parece sólo quedarle su identidad propia, su nombre propio, que luego reconocerá, tampoco le pertenece, al igual que su muerte, que no es suya, sino nuestra en cuanto nos representa su no estar aquí.
Derrida produce su filosofía de la misma forma en que se presenta ante la vida: ni la nación, ni la religión, ni la ley, ni la herencia, son en él verdades irreductibles. Derrida abandona el terreno del símbolo, cuyo dominio sobre el pensamiento moderno se extendía hasta los campos más audaces y originales del pensamiento moderno. En Derrida, porque se lee en él y no a través de él, se pierden los significantes, lo que se ha considerado como fundacional en el hombre, su identidad, lo que es, se borra en una cantidad de relaciones de poder que dejan sin significado a priori su individualidad. ¿Qué significa éste exilio de significaciones? Sospecha, sospecha hacia la Verdad, lo significante. Pero dejemos de ficcionar (mintamos); el trabajo de Derrida se centra en el problema del lenguaje y las teorías del significado que tienen vigencia hasta el día de hoy, poniendo en tela de juicio las presuposiciones metafísicas que rodeaban las teorías al respecto. Entre estas presuposiciones metafísicas, figura la convicción de que el sentido último de toda realidad consiste estrictamente en la presencia.
Presencia significa siempre, presencia en la mente. La tradición da por supuesto que “ciertas experiencias mentales reflejan o representan naturalmente las cosas”. El sentido y la verdad de las cosas se hallan depositadas en la razón. La razón es concebida entonces como una regla paralela y equivalente a las cosas que percibimos a través de los sentidos. La razón ha sido concebida al mismo tiempo que el símbolo y el signo, al mismo tiempo que la palabra. A esta centralización de la razón por medio de la metafísica de la presencia, Derrida la denomina logocentrismo. Ciertas figuras depositarias de nuestra fe, como lo es el Ser, son, para la creencia tradicional, derivadas de forma inmediata mediante la palabra. La palabra tiene entonces un lugar privilegiado como conocimiento, la palabra es poseedora de la verdad primera, del significante último. En definitiva, dos son las tesis básicas del logocentrismo: por un lado sustenta que la presencia del pensamiento irrumpe necesariamente en la palabra, por otro lado, defiende que el propio pensamiento, contiene tanto la presencia del sentido, como la presencia de la verdad. A partir de este dominio del símbolo, del logos o discurso, la metafísica establece las ideas de transcendentalismo. Se subordina al lenguaje a referentes, ideas e intenciones “exteriores al propio lenguaje”. A partir de estas relaciones, Derrida hace su crítica al fonocentrismo que le da preponderancia a la voz sobre la escritura, subordinando ésta a la primera, pretendiéndola como un derivado impuro de la primera, que como el pharmakon posee un sentido doble (veneno-remedio). Remedio en cuanto “reproduce” a la voz hablada, y veneno en cuanto la sustituye o se aleja de ella. Su crítica permite a Derrida exiliar a la escritura de la palabra hablada para así enaltecerla, no suplantando una por la otra, por lo que no privilegia a la palabra escrita, sobre la hablada.
Derrida creía en las palabras diferidas, que nunca llegan a darse en estado puro. Así como el hombre exiliado que carece de cierta identidad, la escritura hace un juego a través de las huellas que nunca llevan a un origen, porque estas se van borrando y transpolándose una sobre otra.
Cuentan, algunos que dicen saberlo, que el ejercicio de Derrida era la deconstrucción. Esta práctica no pretende ir más allá de la historia, da deconstrucción se aplica desde el interior de los textos, habitando el interior de las estructuras metafísicas, haciéndolas temblar hasta sus cimientos, sin derribarlas por completo deja al descubierto sus fisuras, para a través de ellas planear su estrategia filosófica. Al igual que el filósofo cuyas huellas, cuyas identidades heredadas se han visto borradas, la práctica deconstruccionista (si es que existe), se hospeda en el edificio de la metafísica para dejarlo al descubierto.
Derrida era un hombre exiliado que no huía al exilio, sino que más bien permanecía en el lugar del cual había sido exiliado. Las huellas no equivalen al origen, no equivalen al significante ni la identidad, simplemente permanecen en la historia metafísica sin pesimismo, con cierta inocencia.
Siento la necesidad, antes de concluir, de comparar a Jacques Derrida con un compatriota suyo, otro argelino exiliado, Albert Camus. Debo decir que ambos llevan al hombre a términos (si se permite decirlo así) semejantes, la no-meta del hombre, la anulación del fin del hombre. Camus a través de cierto anti-existencialismo rebelde que afirma el absurdo; Derrida a través de la diseminación del autor en su texto y con el lector del mismo, a través del “no decir nada”, de la desapropiación del nombre propio; ambos lo hacen de manera positiva y lúdica.
Como diría Mónica Cragnolini: Para algunos críticos, todos estos riesgos –el no decir nada y la diseminación– no son más que “juegos de palabras”. Tomando una expresión del propio Derrida, tal vez se debería decir que son “fuegos de palabras”: un consumir los signos hasta las cenizas, un dislocar la integridad de la voz, en una ceremonia alegre, y, a la vez, irreverente y cruel.
Lamento con satisfacción, concluir aportando algo más a su exilio, pero debo decir que cuando se lee con detenimiento a Jacques Derrida Safar, ex-judío, ex-argelino, ex-francés, ex-vivo; nos damos cuenta de que permanecía en su pensamiento como lo hacía en todas partes, finalmente no era más que un poeta que escribía desde la filosofía, y ésta no era más que su autobiografía.

Ponencia presentada en mayo de 2005

Hoy, a mis 41

Hoy despierto con 20 años más,
y de repente es el día de mis 41 años,
todo sigue igual
-¿Todo sigue igual?
todo sigue igual...
menos la ilusión, hoy no soy iluso.
y todo sigue igual,
hoy tengo 5 hijas y un divorcio,
y todo sigue igual.
Ana
Jessica
Mariana
Roxana
y Gianna
Todo sigue igual,
y sigue todo sin seguir...
yo sólo requiero del incesto.
es el fracaso de los 41 años,
en Chicago,
es el calor de la andropausia precoz,
es el cansancio de las bocas que bajo su lengua
contienen el batir de las olas del Michigan,
es la voz de “Aguas Fangosas”,
el tun tun de una salsa brava
con la cadera partida y
la caja de Marlboro
junto al Chicago SunTimes
para buscar un empleo.

jueves, febrero 02, 2006

Lengua mongol

Las ideas se presentan líquidas dentro de la cabeza,
como material acuoso que chapotea contra las paredes de mi craneo.
Al inclinar mi cabeza se derraman a través de mis orejas,
se desmorona mi cerebro,
las ideas se escurren entre mis dedos,
las palabras se van se p a r a n d o...
hasta que los fonemas sueltos se disipan en el aire,
chocando unos con otros.
Es un lenguaje nómada que persigue a su presa,
un lenguaje que caza jabalíes
lenguaje que no entiende el civilizado
racional arte de la agricultura y el arado,
deja a sus antepasados muertos en el camino,
no penetra en lo profundo de la tierra o la hoja.
Lenguaje salvaje que escapa de mi conciencia
y me deja sin idioma alguno...

martes, enero 17, 2006

a Francia

Cuéntame tus revoluciones, tus artes y filosofías, tierra del artificio, tierra de las mentiras más dulces, tú que siempre has sido un hogar para exiliados, dulce siempre y cuando se atreva aquel a soñar dentro de ti, pero amarga y dura para quienes buscan verdades en tu alma, para quienes se enamoran de tu suelo, aquellos que creen necesitar entender tu idioma.
Tratar de volverse francés es como soñar con focas que corren praderas. Uno nace francés aunque lo haga en Kuwait, se es fránces cuando se es un exiliado y desde el exilio se aprende a amar, cuando se hace del exilio una patria. Se es francés cuando todo lo que respiras sabe a vino, queso y jamón, cuando todas las mujeres que conoces pueden ser amantes, cuando cada vez que entras a una habitación cierras la puerta que has cruzado, cuando la gloria huele a sospecha y los heroes a miseria. Ser francés es caminar en París sin entrar en la torre Eiffel o al Louvre, sentirse extranjero cuando estás en casa.
Déjame besar tu suelo tierra muerta, hueca bajo la superficie, escéptica, indolente ante las tragedias, a la que nada sorprende ahora.
Canto para que no me escuches, escribo para que no me leas, para que me ignores y me niegues, pero que en secreto, mientras los demás cantan la Marsellesa, me ames en silencio y de tu boca llena de mentiras, maldiciones y locuras me dejes beber de tu leche de cabra negra.

Allez la France, Allez la Cruauté!
vive l'escriture...

Errar

Errar es hacer las cosas como la vida te las presente
escapar del artificio
enamorarse cuando no vives una ficción
Acostarse un domingo por la noche para despertar junto a verdades y cadáveres
uvas con miedo de las que no se puede hacer vino

Aclarar dudas
dejando que parte de tu alma
se convierta en sal y carne.

Errar es al mismo tiempo equivocarse y andar de un
lado
a
otro
llenando al mundo de
l
á
g
r
i
m
a
s

No le creas al Sol hija mía
No le creas a la Luna...

domingo, diciembre 11, 2005

La fotografía

Capturado tú, prisión yo del instante alegre
de los nacimientos sin historia
de tus vueltas al Sol con infame vuelo

Ataco tu pupila, mi cuchillo es la nostalgia
de aquel error contenido en la punta de tu dedo
cuando apretaste el gatillo asesino de memorias

Soy prisión para tus ojos, prisión de la imaginación
impido que recuerdes aquello que no fue
impido que olvides aquello que murió

En cuanto el instante parpadea
logro lo que el poeta intenta
con sus bellas imágenes artificiales

Me hallo allí,
enmarcado sobre tu mesa,
esperando a que el Sol borre los colores,
barrotes de esta celda/ataúd
del cadáver de lo inmediato.