domingo, febrero 06, 2005

La Librería (1ra entrega)

La librería es un lugar solitario, de una soledad polifónica, en la que se encuentran todas las voces, todos los seres, todas las historias, pero ninguna presencia. Sólo yo estoy aquí.

Cuando se es dueño de una librería los libros empiezan a participar de uno, confundiéndose página por página con los capítulos de la vida real, no se sabe donde termina la realidad y donde comienza la ficción, nisiquiera sabemos si son opuestas o diferentes entre sí, al final son símbolos que en el contexto indicado terminan por designar lo mismo.

Decía John Smith en su Análisis del Signo y la Señal de 1932, página 98, que el ser humano participa de símbolos, se acerca a la realidad a través de señales y símbolos creados por sí mismo, pero que con el psicoanálisis se convertía en símbolo, en señal él mismo, confundiéndose eternamente entre su propia construcción discursiva y la realidad tangible. Pero no hace falta ser psicólogo, basta con vivir todo el tiempo rodeado de libros interminables, libros que día a día se van apoderando de uno hasta convertirlo en otro personaje, en otro borrón.

Alguna vez en París me encontraba a Beatriz Viterbo quien no dejaba de hacer alarde de su aparición en el libro de su amigo Borges, cuando leí el libro me di cuenta que no era en lo más mínimo la Beatriz Viterbo que alguna vez se negó a pedir café en Madrid si este no provenía de Colombia, pero cuando alcé el rostro para verla de nuevo, pude notar que El Aleph la había reescrito, se notaban los borrones en su rostro, las marcas de la mujer que antes había sido escrita por la mano invisible del destino, y sobre los borrones y las sombras, las huellas de Borges impregnadas por todo su cuerpo, las letras en su piel, en su abrigo, en tu taza de té al estilo ingles. Jamás me habría permitido participar de semejante carnicería contra la vida, jamás me lo habría permitido... si hubiese tenido opción.

martes, febrero 01, 2005

Mediodía (la otredad)

Tú, conciencia, que nos bañaste de luz cuando permanecíamos en la gran noche de la mismidad, ¿cuando vas ha darnos el mediodía que anhelamos?

Tú, que iluminaste nuestra caverna para que viéramos lo que existía fuera de nosotros, luz del amanecer, luz de la otredad, eres tú la que genera las sombras.

Nuestro mundo ha girado bastante, pero no lo suficiente, siempre al amanecer, siempre en la mañana las sombras son más grandes, y todavía anhelamos el mediodía.

Cuando la noche nos cubría, cuando la inocencia nos guiaba, las estrellas, luces inofensivas, eran el depósito de nuestras dudas.

Pero ahora las sombras conviven con la realidad, y se disfrazan con nuestra piel.

Anhelamos mediodía porque en él las sombras desaparecen, en él las sombras se hacen más pequeñas, con él llega el fin del pecado original: la memoria.