domingo, febrero 19, 2006

Mientras duermes

Tomar prestado tu sueño,
tus respiraciones de aire dormido,
rozar tus brazos con mis párpados cual asesino,
robar con mis dedos tus partículas de piel muerta,
las de reptil,
esas que caen mientras duermes.

Abusaré de ti como un criminal,
vigilando cada una de tus respiraciones,
tristes, a punto de desaparecer.

Ana, duerme
y yo seré el fotógrafo pervertido
que con mis pestañas y labios abuso de tu piel,
la de tu pecho,
porque yo nunca dormiré,
porque... tú roncas demasiado fuerte.

Jacques Derrida Safar: pensar desde el exilio

Daniel Certain Sintjago

Leo esta ponencia, exiliada de la actualidad, sobre quien fue un exiliado toda su vida, un homenaje a Jacques Derrida, quien en octubre del año pasado me sorprendía con su muerte, precisamente cuando empezaba yo a sumergirme con profundidad en sus textos, que todavía hoy y a pesar de lo aprendido, en ciertos casos me resultan impenetrables, como escritos en un lenguaje siempre extranjero, más allá de la traducción, incluso en francés, dicen los que saben, parece escribir siempre en otra lengua. No pretendo en esta oportunidad, frente compañeros y profesores, tratar de traducir esa lengua, sino describirlo desde afuera, construir su historia, como sólo puede ser escrita la historia: como una ficción más, imposibilitando la presencia del pasado.
Ahora bien, ¿es posible una descripción de la obra derridiana “desde afuera”, sin adentrarme en ella y sin comprometerme con ustedes? La deconstrucción, ese término usado por Derrida y “heredado” de Heidegger, es descrito por el propio Jacques Derrida y por otros filósofos como un “modo de estar” en la filosofía, en el texto, en la escritura. Una forma de estar adentro, observando desde el interior de los escritos para ver a través de sus fisuras aquellas marcas dejadas por la metafísica, para filosofar desde los espacios vacíos del lenguaje.
Por ello hablaré de Derrida, de su nombre propio, o más bien de su nombre impropio, ahora más que antes, bajo nuestro poder; hablemos de los diferentes Derridas, de su segundo apellido, exiliado por todos nosotros. El exilio es un pertenecer a todos lados, cuestión que se traduce finalmente en “no pertenecer a ninguna parte”. El nombre (in)propio de Derrida es quizás la prueba más notable de su falta de pertenencia, su imposibilidad de ser común, de ser un compatriota y de compartir algún nombre colectivo (judío, argelino, francés). Nacido en 1930 en El-Bihar, Argelia, en el seno de una familia sefardí, Jacques Derrida Safar experimentó desde su niñez lo que significaba el no pertenecer, el exilio en su propia tierra cuando el gobierno de Vichy le arrebataba a su familia la nacionalidad francesa. En su primer día de clases es expulsado del liceo, cuando en 1942 reducen el límite permitido de judíos en las escuelas del 14 al 7%. Aquel niño que poseía tres identidades en que refugiarse, va perdiendo una por una con el transcurso del tiempo: un francés que no ha nacido en Francia, un judío que ha abandonado su religión con el pasar de los años, un argelino a quien los argelinos consideran extranjero e invasor, para luego quitarle su nacionalidad. A Derrida parece sólo quedarle su identidad propia, su nombre propio, que luego reconocerá, tampoco le pertenece, al igual que su muerte, que no es suya, sino nuestra en cuanto nos representa su no estar aquí.
Derrida produce su filosofía de la misma forma en que se presenta ante la vida: ni la nación, ni la religión, ni la ley, ni la herencia, son en él verdades irreductibles. Derrida abandona el terreno del símbolo, cuyo dominio sobre el pensamiento moderno se extendía hasta los campos más audaces y originales del pensamiento moderno. En Derrida, porque se lee en él y no a través de él, se pierden los significantes, lo que se ha considerado como fundacional en el hombre, su identidad, lo que es, se borra en una cantidad de relaciones de poder que dejan sin significado a priori su individualidad. ¿Qué significa éste exilio de significaciones? Sospecha, sospecha hacia la Verdad, lo significante. Pero dejemos de ficcionar (mintamos); el trabajo de Derrida se centra en el problema del lenguaje y las teorías del significado que tienen vigencia hasta el día de hoy, poniendo en tela de juicio las presuposiciones metafísicas que rodeaban las teorías al respecto. Entre estas presuposiciones metafísicas, figura la convicción de que el sentido último de toda realidad consiste estrictamente en la presencia.
Presencia significa siempre, presencia en la mente. La tradición da por supuesto que “ciertas experiencias mentales reflejan o representan naturalmente las cosas”. El sentido y la verdad de las cosas se hallan depositadas en la razón. La razón es concebida entonces como una regla paralela y equivalente a las cosas que percibimos a través de los sentidos. La razón ha sido concebida al mismo tiempo que el símbolo y el signo, al mismo tiempo que la palabra. A esta centralización de la razón por medio de la metafísica de la presencia, Derrida la denomina logocentrismo. Ciertas figuras depositarias de nuestra fe, como lo es el Ser, son, para la creencia tradicional, derivadas de forma inmediata mediante la palabra. La palabra tiene entonces un lugar privilegiado como conocimiento, la palabra es poseedora de la verdad primera, del significante último. En definitiva, dos son las tesis básicas del logocentrismo: por un lado sustenta que la presencia del pensamiento irrumpe necesariamente en la palabra, por otro lado, defiende que el propio pensamiento, contiene tanto la presencia del sentido, como la presencia de la verdad. A partir de este dominio del símbolo, del logos o discurso, la metafísica establece las ideas de transcendentalismo. Se subordina al lenguaje a referentes, ideas e intenciones “exteriores al propio lenguaje”. A partir de estas relaciones, Derrida hace su crítica al fonocentrismo que le da preponderancia a la voz sobre la escritura, subordinando ésta a la primera, pretendiéndola como un derivado impuro de la primera, que como el pharmakon posee un sentido doble (veneno-remedio). Remedio en cuanto “reproduce” a la voz hablada, y veneno en cuanto la sustituye o se aleja de ella. Su crítica permite a Derrida exiliar a la escritura de la palabra hablada para así enaltecerla, no suplantando una por la otra, por lo que no privilegia a la palabra escrita, sobre la hablada.
Derrida creía en las palabras diferidas, que nunca llegan a darse en estado puro. Así como el hombre exiliado que carece de cierta identidad, la escritura hace un juego a través de las huellas que nunca llevan a un origen, porque estas se van borrando y transpolándose una sobre otra.
Cuentan, algunos que dicen saberlo, que el ejercicio de Derrida era la deconstrucción. Esta práctica no pretende ir más allá de la historia, da deconstrucción se aplica desde el interior de los textos, habitando el interior de las estructuras metafísicas, haciéndolas temblar hasta sus cimientos, sin derribarlas por completo deja al descubierto sus fisuras, para a través de ellas planear su estrategia filosófica. Al igual que el filósofo cuyas huellas, cuyas identidades heredadas se han visto borradas, la práctica deconstruccionista (si es que existe), se hospeda en el edificio de la metafísica para dejarlo al descubierto.
Derrida era un hombre exiliado que no huía al exilio, sino que más bien permanecía en el lugar del cual había sido exiliado. Las huellas no equivalen al origen, no equivalen al significante ni la identidad, simplemente permanecen en la historia metafísica sin pesimismo, con cierta inocencia.
Siento la necesidad, antes de concluir, de comparar a Jacques Derrida con un compatriota suyo, otro argelino exiliado, Albert Camus. Debo decir que ambos llevan al hombre a términos (si se permite decirlo así) semejantes, la no-meta del hombre, la anulación del fin del hombre. Camus a través de cierto anti-existencialismo rebelde que afirma el absurdo; Derrida a través de la diseminación del autor en su texto y con el lector del mismo, a través del “no decir nada”, de la desapropiación del nombre propio; ambos lo hacen de manera positiva y lúdica.
Como diría Mónica Cragnolini: Para algunos críticos, todos estos riesgos –el no decir nada y la diseminación– no son más que “juegos de palabras”. Tomando una expresión del propio Derrida, tal vez se debería decir que son “fuegos de palabras”: un consumir los signos hasta las cenizas, un dislocar la integridad de la voz, en una ceremonia alegre, y, a la vez, irreverente y cruel.
Lamento con satisfacción, concluir aportando algo más a su exilio, pero debo decir que cuando se lee con detenimiento a Jacques Derrida Safar, ex-judío, ex-argelino, ex-francés, ex-vivo; nos damos cuenta de que permanecía en su pensamiento como lo hacía en todas partes, finalmente no era más que un poeta que escribía desde la filosofía, y ésta no era más que su autobiografía.

Ponencia presentada en mayo de 2005

Hoy, a mis 41

Hoy despierto con 20 años más,
y de repente es el día de mis 41 años,
todo sigue igual
-¿Todo sigue igual?
todo sigue igual...
menos la ilusión, hoy no soy iluso.
y todo sigue igual,
hoy tengo 5 hijas y un divorcio,
y todo sigue igual.
Ana
Jessica
Mariana
Roxana
y Gianna
Todo sigue igual,
y sigue todo sin seguir...
yo sólo requiero del incesto.
es el fracaso de los 41 años,
en Chicago,
es el calor de la andropausia precoz,
es el cansancio de las bocas que bajo su lengua
contienen el batir de las olas del Michigan,
es la voz de “Aguas Fangosas”,
el tun tun de una salsa brava
con la cadera partida y
la caja de Marlboro
junto al Chicago SunTimes
para buscar un empleo.

jueves, febrero 02, 2006

Lengua mongol

Las ideas se presentan líquidas dentro de la cabeza,
como material acuoso que chapotea contra las paredes de mi craneo.
Al inclinar mi cabeza se derraman a través de mis orejas,
se desmorona mi cerebro,
las ideas se escurren entre mis dedos,
las palabras se van se p a r a n d o...
hasta que los fonemas sueltos se disipan en el aire,
chocando unos con otros.
Es un lenguaje nómada que persigue a su presa,
un lenguaje que caza jabalíes
lenguaje que no entiende el civilizado
racional arte de la agricultura y el arado,
deja a sus antepasados muertos en el camino,
no penetra en lo profundo de la tierra o la hoja.
Lenguaje salvaje que escapa de mi conciencia
y me deja sin idioma alguno...